viernes, 3 de enero de 2025

 


Este mes vamos a destacar como objeto de la colección permanente, el botijo, que junto a otros tipos de recipientes forman parte de los útiles para el agua, en nuestro museo. El botijo es  un objeto sencillo con unas  características muy peculiares. El botijo es un recipiente de barro cocido poroso, diseñado para beber y conservar el agua fresca. En cerámica se define como vasija de cuerpo esferoide, un asa en su parte superior y con dos orificios. Por lo general se llama boca al mas ancho que es por donde se llena y uno fino llamado pitorro que se el extremo por donde se bebe.

El principio de funcionamiento del botijo es el siguiente: el agua almacenada se filtra por los poros de la arcilla y en contacto con el ambiente seco exterior se evapora, produciendo un enfriamiento. La clave del enfriamiento esta por tanto, en la evaporación del agua exudada, ya que esta para evaporarse, extrae parte de la energía térmica del agua almacenada dentro del botijo. En el año 1995 los profesores de la Universidad Politécnica de Madrid, Gabriel Pinto y José Ignacio Zubizarreta desarrollaron un modelo matemático para un botijo esférico donde dos ecuaciones diferenciales describen el proceso, teniendo en cuenta variables como volumen o la temperatura del agua y tiempo entre otras. 

No se puede determinar con exactitud su origen pero si podemos ligarlo al desarrollo de la cerámica y la alfarería en civilizaciones antiguas. Se considera que su antecedente más remoto se encuentra en los recipientes de barro utilizados para almacenar agua por culturas como la egipcia,  la mesopotámica o la romana, pueblos que ya conocían las propiedades del barro cocido que permite mantener el agua fresca mediante el proceso de enfriamiento por evaporación. 
En la península ibérica el uso de recipientes de barro con fines similares se remonta a la época preromana cuando los pueblos iberos y celtas usaban cerámica artesanal para sus usos cotidianos.
 Los romanos perfeccionaron la técnica de la alfarería y la extendieron. Posteriormente nuevas técnicas y diseño se fueron incorporando hasta llegar a la forma que hoy conocemos. 

A lo largo de los siglos, el botijo se popularizo en toda  España adaptandose a las particularidades de cada zona o región. Los alfareros locales comenzaron a incorporar elementos decorativos, lo que convirtió el botijo no solo en un objeto practico sino en una expresión artística y cultural, apareciendo representado en cuadros de reconocidos pintores como Sorolla y en en museos dedicados por completo a ellos. En nuestro país existen tres museos dedicados a este objeto, uno de ellos en la provincia,  en Toral de los Guzmanes , que desde el año 2001  muestra la colección particular de unas 2400 piezas  de el abogado riojano Jesús Gil- Gibernau. Se trata de una colección de botijos españoles en su mayoría funcionales, donde las variedades esmaltadas presentan un amplio catalogo de colores, formas, tamaños y decoración. 

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